Rafael Bisquerra Alzina (2000) Educación Emocional.
Para poder hablar de educación
emocional necesitamos saber qué es una emoción y que implicaciones para la
práctica se derivan de este concepto. Una emoción se produce de la siguiente
forma: 1) Unas informaciones sensoriales llegan a los centros emocionales del
cerebro. 2) Como consecuencia se produce una respuesta neurofisiológica. 3) El neo córtex interpreta la
información. De acuerdo con este mecanismo, en general hay bastante acuerdo en
considerar que una emoción es un estado complejo del organismo caracterizado
por una excitación o perturbación que predispone a una respuesta organizada. .Las emociones se generan como respuesta a un acontecimiento externo o interno
La educación emocional supone pasar de la educación afectiva a la educación del
afecto. Hasta ahora la dimensión afectiva en educación o educación afectiva, se
ha entendido como educar poniendo afecto en el proceso educativo.
En este sentido y para ilustrar
lo señalado se puede decir que la educación emocional es una innovación
educativa que responde a necesidades sociales no atendidas en las materias
académicas ordinarias. La fundamentación está en el concepto de emoción,
teorías de la emoción, la neurociencia, la psiconeuroinmunología, la teoría de
las inteligencias múltiples, la inteligencia emocional, el fluir, los
movimientos de renovación pedagógica, la educación psicológica, la educación
para la salud, las habilidades sociales, las investigaciones sobre el bienestar
subjetivo, etc. Como ejemplo de marco teórico se expone la teoría de la
inversión. La educación emocional solamente se va a desarrollar a partir de una
convicción por parte de las personas que la tienen que poner en práctica.
Para ello se requieren una serie
de condiciones interrelacionadas: en primer lugar diseñar programas
fundamentados en un marco teórico; para llevarlos a la práctica hay que contar
con profesorado debida mente preparado; para apoyar la labor del profesorado se
necesitan materiales curriculares. La palabra clave de la educación emocional
es emoción. Por tanto, es procedente una fundamentación en base al marco
conceptual de las emociones y a las teorías de las emociones. Lo cual nos lleva
al constructo de la inteligencia emocional en un marco de inteligencias
múltiples. De ahí se pasa al constructo de competencia emocional como factor
esencial para la prevención y el desarrollo personal y social.
Como adquirir competencias
emocionales favorece las relaciones sociales e interpersonales, facilita la
resolución positiva de conflictos, favorece la salud física y mental, y demás
contribuye a mejorar el rendimiento académico, se relaciona con mucho énfasis
en estudiantes que no saben reconocer ni regular sus emociones, demostrándose
que hay padre que no le brindan afecto a sus hijos. En resumen, muchos
problemas sociales y personales son una manifestación del analfabetismo
emocional. El desarrollo de competencias emocionales a través de la educación
emocional puede representar una mejora que afecta positivamente a múltiples
aspectos de la vida.
El importante considerar el
desarrollo de competencias emocionales, pues ciertamente aún hay docentes que
no utilizan la educación emocional como una competencia básica para la vida.
Hay que definir objetivos, Asignar contenidos, planificar actividades,
estrategias de intervención, etc., para poder diseñar programas de intervención
que van a ser experimentados y evaluados. La evaluación de programas de
educación emocional es un aspecto clave para pasar de la intervención a la
investigación.
La novedad del tema obliga a
construir instrumentos y proponer estrategias de evaluación en educación
emocional. Y obliga además a visualizar otro paradigma educativo como lo es la
educación holística de manera que su terminología proviene del griego “holos”,
totalidad, nace en los años 90, y es sin duda, el paradigma educativo para el
siglo XXI. Podríamos resumir que ella parte de la base, de que cada ser humano
es único e irrepetible pero, al mismo tiempo, está intrínsecamente relacionado
con todo lo que le rodea. Es decir, es un holón, una parte de un holograma o
totalidad, cuyas partes contiene.
La educación holística no es un
método educativo, sino una visión creativa e integral de la educación. Es una
educación para la vida, que contempla al niño como un todo y no solo como un
cerebro; o, por mejor decir, como un cerebro incompleto en el que solo se apela al hemisferio izquierdo (el
lógico, el analítico, el racional) en detrimento del hemisferio derecho (el
intuitivo, el creativo, el imaginativo). Es una educación que va más allá del
aspecto cognitivo y, sin desdeñar este, se centra también en el físico, el
emocional y el espiritual para formar un ser más íntegro.
La educación holística es una
pedagogía humanista centrada en el estudiante e interesada, ante todo, en su
formación y desarrollo como persona, en su relación consigo mismo y también,
como ser en sociedad, en su relación con los demás y con el planeta. Además,
incorpora la vertiente espiritual laica, que no ha sido considerada por otras
corrientes pedagógicas. Es la pedagogía del amor. Ya lo refería Claudio Naranjo
“cambiar la educación para cambiar al mundo”. Este paradigma va a ser utilizado
en la evaluación de las competencias emocionales y también en la evaluación de
programas. Se procura aplicar una complementariedad metodológica entre técnicas
cuantitativas y cualitativas.
El objetivo de la educación
emocional es el desarrollo de competencias emocionales: conciencia emocional,
regulación emocional, autogestión, inteligencia interpersonal, habilidades de
vida y bienestar. La práctica de la educación emocional implica diseñar
programas fundamentados en un marco teórico, que para llevarlos a la práctica
hay que contar con profesorado debidamente preparado; para apoyar la labor del profesorado
se necesitan materiales curriculares; para evaluar los programas se necesitan
instrumentos de recogida de datos, entre otros.
La educación emocional pretende
dar respuesta a un conjunto de necesidades sociales que no quedan
suficientemente atendidas en la educación formal. Existen múltiples argumentos
para justificarla. Así, por ejemplo, un sector creciente de la juventud se
implica en comportamientos de riesgo, que en el fondo suponen un desequilibrio
emocional, lo cual requiere la adquisición de competencias básicas para la vida
de cara a la prevención. De tal manera que es un proceso educativo, continuo y
permanente, que pretende potenciar el
desarrollo emocional como complemento indispensable del desarrollo cognitivo,
constituyendo ambos los elementos esenciales del desarrollo de la personalidad
integral. Para ello se propone el desarrollo de conocimientos y habilidades
sobre las emociones con objeto de capacitar al individuo para afrontar mejor
los retos que se plantean en la vida cotidiana. Todo ello tiene como finalidad
aumentar el bienestar personal y social.
La educación emocional es un
proceso educativo continuo y permanente, puesto que debe estar presente a lo
largo de todo el currículum académico y en la formación permanente a lo largo
de toda la vida. La educación emocional tiene un enfoque del ciclo vital. A lo
largo de toda la vida se pueden producir conflictos que afectan al estado
emocional y que requieren una atención psicopedagógica. La educación emocional
es una forma de prevención primaria inespecífica, consistente en intentar
minimizar la vulnerabilidad a las disfunciones o prevenir su ocurrencia. Cuando
todavía no hay disfunción, la prevención primaria tiende a confluir con la
educación para maximizar las tendencias constructivas y minimizar las
destructivas.
Los niños y jóvenes necesitan, en
su desarrollo hacia la vida adulta, que les proporcione recursos y estrategias
para enfrentarse con las inevitables experiencias que la vida les depara. En
definitiva se trata de capacitar a todas las personas para que adopten
comportamientos que tengan presente los principios de prevención y desarrollo
humano. Aquí la prevención está en el sentido de prevenir problemas como
consecuencia de perturbaciones emocionales. Se sabe que tenemos pensamientos
autodestructivos y comportamientos inapropiados como consecuencia de una falta
de control emocional; esto puede conducir, en ciertas ocasiones, al consumo de
drogas, conducción temeraria, anorexia, comportamientos sexuales de riesgo,
violencia, angustia, ansiedad, estrés, depresión, suicidio, etc.
La educación emocional se propone
contribuir a la prevención de estos efectos. Por otra parte se propone el
desarrollo humano; es decir, el desarrollo personal y social; o dicho de otra
manera: el desarrollo de la personalidad integral del individuo.
Esto incluye el desarrollo de la inteligencia
emocional y su aplicación en las situaciones de la vida. Por extensión esto
implica fomentar actitudes positivas ante la vida, habilidades sociales,
empatía, etc., como factores de desarrollo de bienestar personal y social. La
educación emocional tiene por objeto el desarrollo de las competencias
emocionales, de la misma forma en que se puede relacionar la inteligencia
académica con el rendimiento académico.
La inteligencia es una aptitud;
el rendimiento es lo que uno consigue; la competencia indica en qué medida el
rendimiento se ajusta a unos patrones determinados. De forma análoga se puede
considerar que la inteligencia emocional es una capacidad (que incluye aptitud
y habilidad); el rendimiento emocional representaría el aprendizaje. Se da
competencia emocional cuando uno ha logrado un determinado nivel de rendimiento
emocional (Mayer y Salovey, 1997; Saarni, 1988).
La competencia
emocional está en función de las
experiencias vitales que uno ha tenido, entre las cuales están las relaciones
familiares, con los compañeros, escolares, etc. La hipótesis que planteamos es
la posibilidad de potenciar la competencia emocional de forma sistemática
mediante procesos educativos. Las competencias emocionales deben entenderse
como un tipo de competencias básicas para la vida, esenciales para el
desarrollo integral de la personalidad. Son un complemento indispensable del
desarrollo cognitivo sobre el cual se ha centrado la educación a lo largo del
siglo XX. La educación emocional se propone optimizar el desarrollo humano; es
decir, el desarrollo integral de la persona (desarrollo físico, intelectual,
moral, social, emocional, etc.).
Es en la familia, desde los
primeros momentos de la vida, cuando debería iniciarse la educación emocional.
Para que esto sea posible, se necesita formación, tanto de las familias como
del profesorado. La formación en competencias emocionales es el primer paso
para su puesta en práctica. La educación emocional es una forma de prevención
primaria inespecífica. Entendemos como tal a la adquisición de competencias que se pueden aplicar a una multiplicidad
de situaciones, tales como la prevención del consumo de drogas, prevención del
estrés, ansiedad, depresión, violencia, entre otras.
La prevención primaria
inespecífica pretende minimizar la vulnerabilidad de la persona a determinadas
disfunciones (estrés, depresión, impulsividad, agresividad,) o prevenir su
ocurrencia. Para ello se propone el desarrollo de competencias emocionales.
Cuando todavía no hay disfunción, la prevención primaria tiende a confluir con
la educación para maximizar las tendencias constructivas y minimizar las
destructivas. Los objetivos de la educación emocional son adquirir un mejor
conocimiento de las propias emociones; identificar las emociones de los demás;
denominar a las emociones correctamente; desarrollar la habilidad para regular
las propias emociones; subir el umbral de tolerancia a la frustración; prevenir
los efectos nocivos de las emociones negativas; desarrollar la habilidad para
generar emociones positivas; desarrollar la habilidad de auto motivarse; adoptar
una actitud positiva ante la vida entre otras elementos.
La educación emocional sigue una
metodología eminentemente práctica (dinámica de grupos, auto reflexión, razón
dialógica, juegos, introspección, relajación, etc.) cuyo objetivo es favorecer
el desarrollo de competencias emocionales. Con la información (saber) no es
suficiente; hay que saber hacer, saber ser, saber estar y saber convivir. Tener
buenas competencias emocionales no garantiza que sean utilizadas para hacer el
bien. Hay que prevenir que estas competencias sean utilizadas para propósitos
explotadores o deshonestos. Por esto es muy importante que los programas de
educación emocional vayan siempre acompañados de unos principios éticos y unos
valores, como una parte inherente de la misma educación emocional.
Las aplicaciones de la educación
emocional se pueden dejar sentir en múltiples situaciones de la vida:
comunicación efectiva y afectiva, resolución de conflictos, toma de decisiones, prevención inespecífica
(consumo de drogas, sida, violencia, anorexia, intentos de suicidio), etc. En
último término se trata de desarrollar la autoestima, con expectativas
realistas sobre sí mismo, desarrollar la capacidad de fluir y la capacidad para
adoptar una actitud positiva ante la vida. Todo ello de cara a posibilitar un
mayor bienestar emocional, que redunda en un mayor bienestar social. Según
Bisquerra, hay cinco grandes competencias: conciencia emocional, regulación
emociona, autonomía emocional, competencia social y habilidades de vida para el
bienestar.
La conciencia emocional consiste
en conocer las propias emociones y las emociones de los demás. Esto se consigue
a través de la auto observación, así como de la observación de las personas que
nos rodean. Conviene distinguir entre pensamientos, acciones y emociones;
comprender las causas y consecuencias de las últimas; evaluar su intensidad; y
reconocer y utilizar el lenguaje emocional de forma apropiada, tanto en
comunicación verbal como no verbal. La regulación emocional significa dar una respuesta
apropiada a las emociones que experimentamos. No hay que confundir la
regulación emocional con la represión.
La regulación consiste en un
difícil equilibrio entre la represión y el descontrol. Son componentes
importantes de la habilidad de autorregulación, la tolerancia a la frustración,
el manejo de la ira, la capacidad para retrasar gratificaciones, las
habilidades de afrontamiento en situaciones de riesgo (hacer frente a la
inducción al consumo de drogas, violencia, etc.), el desarrollo de la empatía.
Algunas técnicas concretas son: diálogo interno, introspección, meditación,
mindfullness, control del estrés (relajación, respiración), autoafirmaciones
positivas; asertividad; reestructuración cognitiva, imaginación emotiva, cambio
de atribución causal, etc. El desarrollo de la regulación emocional requiere de
una práctica continuada. Es recomendable empezar por la regulación de emociones
como ira, miedo, tristeza, vergüenza, timidez, culpabilidad, envidia, alegría,
amor, entre otros.
La autonomía emocional es la
capacidad de no verse seriamente afectado por los estímulos del entorno. Se
trata de tener sensibilidad con invulnerabilidad. Esto requiere de una sana
autoestima, autoconfianza, percepción de autoeficacia, automotivación y responsabilidad.
La autonomía emocional es un equilibrio entre la dependencia emocional y la
desvinculación. Las habilidades sociales son las que facilitan las relaciones
interpersonales, sabiendo que éstas están entretejidas de emociones. La escucha
y la capacidad de empatía abren la puerta a actitudes pro social, que se sitúan
en las antípodas de actitudes racistas, xenófobas o machistas, que tantos
problemas sociales ocasionan.
De tal manera que estas
competencias sociales predisponen a la constitución de un clima social
favorable al trabajo en grupo productivo y satisfactorio. Las emociones
interculturales son aquellas que experimentamos cuando estamos con personas de
otra etnia, color, cultura, lengua, religión, etc., y que según se regulen de
forma apropiada o no, pueden facilitar o dificultar la convivencia. Las
competencias para la vida y el bienestar son un conjunto de habilidades,
actitudes y valores que promueven la construcción del bienestar personal y
social. El bienestar emocional es lo más parecido a la felicidad, entendida
como la experiencia de emociones positivas. No podemos esperar a que nos vengan
dados los estados emocionales positivos, sino que hay que construirlos
conscientemente, con voluntad y actitud positiva. Esto es posible y deseable.
Una forma de entender la
educación emocional es como el desarrollo de competencias transversales o
genéricas. Es decir, aquellas competencias que se aplican en múltiples
situaciones de la vida, tales como el respeto, la tolerancia, habilidades
sociales, autonomía, autoestima, entre otras. La siguiente historia ilustra la
realidad. Cuentan que había cuatro personajes cuyos nombres eran: “Todo el
Mundo”, “Alguien”, “Cualquiera” y “Nadie”. Había que hacer un trabajo
importante y se pidió a “Todo el Mundo” que lo hiciera. “Todo el Mundo” estaba
seguro de que lo haría “Alguien”, por eso no lo hizo. “Alguien” pensó que lo
haría “Cualquiera”, por eso, tampoco lo hizo. Pero “Nadie” se dio
cuenta de que “Todo el Mundo” no lo haría. Por esto pidió que en lugar de encargarlo
a “Todo el Mundo” se encargara a “Alguien”.
Por esto, conviene tener presente
que no podemos desentendernos de la educación emocional pensando que ya está
presente como tema transversal. Es necesario asegurar su presencia en algún
espacio concreto. En el fondo, la integración curricular de la educación
emocional puede hacerse en todas las materias progresivamente. Por ejemplo, en
lenguaje para conocer el nombre las emociones y la riqueza del vocabulario
emocional; en ciencias sociales para comprender la importancia de las emociones
en la toma de decisiones a lo largo de la historia.
En este sentido en ciencias
naturales para conocer las respuestas neurofisiológicas de las emociones; en
filosofía para comprender las relaciones entre la implicación emocional y los
valores; en expresión artística para gozar de las emociones estéticas; en
matemáticas para emocionarse con la genialidad del razonamiento de los
matemáticos; en educación física para regular las emociones de forma apropiada,
como por ejemplo la frustración al no ganar un partido. Estas son solamente
algunas de las múltiples sugerencias y propuestas que se pueden plantear para
proceder a la integración curricular y posteriormente hacer posible la
transversalidad.
Las implicaciones que se derivan
para la práctica son: la toma de conciencia de la importancia y necesidad de
educar para el bienestar; esto se puede hacer a través de estrategias diversas:
transversalidad, integración curricular o una materia propia. Tal vez en el
momento actual no sería bien visto una asignatura sobre ciencias del bienestar;
esperemos que en un futuro tal vez sí lo pueda ser. Por eso, de momento, la
estrategia a seguir sería a través de la integración curricular en diversas
materias, principalmente tutoría en primer lugar, y después en otras materias,
con el objetivo puesto en el horizonte de la transversalidad.