Antonio Pérez Esclarin
(1997). Libro: Más y Mejor Educación para Todos
Venezuela
confronta el reto de llenar de sentido la democracia, cambiar el modelo
rentista por un modelo productivo, y lograr un desarrollo con justicia, es
decir, sin excluidos ni perdedores, requiere que se emprende todas unas
verdaderas cruzadas por esa educación de calidad. Calidad para que todos los
habitantes se vayan configurando como personas y como ciudadanos; para que
todos tengan vida, calidad de vida. Calidad de una educación, por consiguiente,
que enseña a ser, enseña a aprender, enseña a trabajar, y enseña a vivir y
construir una democracia genuina que garantice a cada uno y a todos los
ciudadanos una participación activa y creativa, en cuanto sujetos, en todas las
esferas del poder y del saber.
El cambio
educativo tan necesario para emprender esta propuesta de país productivo y
genuinamente democrático, exige que los docentes cambien, pero también que la
sociedad en general emprenda el rescate de la educación, asuma su papel de
educadora (no podemos exigirle a la educación unos determinados valores que la
sociedad no está dispuesta a vivir), y se comprometa a tener y exigir buenos
docentes. No es coherente alabar en teoría la labor docente y maltratar en la
práctica a los educadores. La sociedad exige muy buenos maestros pero hace muy
poco para conseguirlos.
Todos
quieren el mejor maestro para sus hijos, pero muy pocos quieren que sus hijos
sean maestros. Por mucho que se proclame en los discursos, la educación no es
prioritaria para el país y, pese a la retórica, en Venezuela queremos muy poco
a los niños. Por eso hacemos tan poco para garantizarles a todos una educación
de calidad.
Deben ser
los educadores, sin embargo, los protagonistas principales de su propia
dignificación y del cambio educativo. Para ello, deben transformar
profundamente el rol que desempeñan. Ya no pueden percibirse como meros dadores
de clases o como cuidadores de niños y de jóvenes mientras sus padres trabajan,
sino como educadores socialmente comprometidos con el país, que convierten las
aulas y centros educativos en lugares de auténticos aprendizajes, trabajo,
formación, participación y construcción de sujetos comprometidos con la
gestación de una democracia de calidad para todos. Necesitamos educadores
sólidamente formados que entiendan que su misión primordial es estimular el
aprendizaje y formación de sus alumnos, de todos sus alumnos, y que el fracaso
de sus alumnos implica su propio fracaso. Si la sociedad actualmente percibe a
los maestros como problema, ellos deben demostrar con su práctica que, más que
problema, son la solución posible. Esto va a suponer en los docentes grandes
esfuerzos de formación, también de la educación y del aprendizaje, de tirar por
la borda muchas rutinas, privilegios y modos de entender y vivir la docencia,
atesorados por años. Para ello se requiere una decisión de resistencia, de
lanzarse a emprender caminos nuevos, no exenta de problemas y contradicciones,
que parte de un desengaño, un desencanto con la propuesta de la actual
sociedad, que se transforma en fuerza y compromiso por gestar una educación de
calidad para que los excluidos y marginados tengan vida, calidad de vida.
Si se
comienza a aceptar lo que se vive en un cambio de época más que en una época de
cambios, se necesita educadores que se planteen una nueva manera de ver las
cosas. Me suele gustar echar el cuento de aquel hombre que, tras vivir casi
cien años en estado de hibernación, un día volvió en sí y quedó sobrecogido por
el asombro de tantas cosas insólitas que no podía comprender: los carros, los
aviones, los edificios y autopistas, el teléfono, la televisión, los
supermercados, las computadoras.
Caminaba
aturdido y asustado por las calles, como una rama desgajada del tronco de su
vida, sin encontrar referencia alguna con su pasado, cuando vio un cartel que
decía: ESCUELA. Entró y allí sí, por fin, pudo reencontrarse con su tiempo y
con su historia. Prácticamente todo seguía igual: los mismos contenidos, la
misma pedagogía de copia, tiza y pizarrón, la misma organización del salón con
la tarima y el escritorio del profesor, y los pupitres en fila para impedir la
comunicación entre los alumnos y fomentar el aprendizaje memorístico e
individual.
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