miércoles, 13 de marzo de 2019


Francisco Mora (2013). Neuroeducación.

     Para Francisco Mora la clave no está en fomentar las emociones en el aula, sino en enseñar con emoción. Por eso, un “profesor excelente es capaz de convertir cualquier concepto, incluso de apariencia ‘sosa’, en algo siempre interesante”. Este autor, se centra sobre todo en el funcionamiento del cerebro, en cómo aprendemos y la influencia que tienen las emociones en este proceso. El objetivo: acercar los avances de la neurociencia al público. Los nuevos tiempos requieren nuevas estrategias y los últimos descubrimientos que nos aporta la neurociencia cognitiva develan que la educación actual requiere una profunda reestructuración que no le impida quedarse desfasada ante la reciente avalancha tecnológica y las necesidades presentes. Por este camino la neuroeducación se adentra el conocimiento de aquellos cimientos básicos de cómo aprende, memorizar y enseñar.

     Cabe destacar que la neuroeducación aprovecha los conocimientos sobre cómo funciona el cerebro integrado con la psicología, la sociología y la medicina, en un intento de mejorar y potenciar tanto los procesos de aprendizaje y memoria de los estudiantes, como los de enseñanza por parte de los profesores. No hay proceso de enseñanza verdadero si no se sostiene sobre esa columna de la emoción, en sus infinitas perspectivas. De modo que el procesamiento cognitivo, por el que se crea pensamiento, ya se hace con esos elementos básicos (los abstractos) que poseen un significado, de placer o dolor, de bueno o de malo. De ahí lo intrínseco de la emoción en todo proceso racional, lo que implica aprender y memorizar.

     Sin duda algunas los seres humanos no somos seres racionales a secas, sino más bien seres primero emocionales,  luego racionales y, además sociales. La naturaleza humana se basa en una herencia escrita en códigos de nuestro cerebro profundo, y eso lo impregna todo, lo que incluye nuestra vida personal y social cotidiana y, como he señalado, nuestros pensamientos y razonamientos. Esa realidad se debe poner hoy encima de cualquier mesa de discusión sobre la educación del ser humano.

     Es por ello que nadie puede saber o aprender nada, y menos de una manera abstracta,  salvo que aquello que se vaya a aprender le motive, le diga algo, posea algún significado que encienda su curiosidad. Para aprender se requiere ese estímulo inicial que resulte interesante y nuevo. Y es entonces cuando se enciende la atención de un modo poderoso. Precisamente el juego es, en los primeros años, la conducta que desarrolla el niño para aprender con el estímulo de la curiosidad. El juego constituye un mecanismo natural arraigado genéticamente que despierta la curiosidad, es placentero y permite descubrir destrezas útiles para desenvolvernos en el mundo. Los mecanismos cerebrales innatos del niño le permiten, a los pocos meses de edad, aprender jugando. Se libera dopamina que hace que la incertidumbre del juego constituya una auténtica recompensa cerebral y que facilita la transmisión de información entre el hipocampo y la corteza pre-frontal, promoviendo la memoria de trabajo.

     El juego constituye una necesidad para el aprendizaje que no está restringida a ninguna edad, mejora la autoestima, desarrolla la creatividad, aporta bienestar y facilita la socialización. La integración del componente lúdico en la escuela resulta imprescindible porque estimula la curiosidad y esa motivación facilita el aprendizaje. Todos los maestros y educadores, particularmente de escuela primaria pero también profesores de secundaria o de más altos niveles de docencia, buscan encontrar la fórmula docente que les permita encender, captar la curiosidad de los alumnos en la clase.

     Lo cierto es que en el ser humano la curiosidad, ese deseo de conocer cosas nuevas, es el que lleva a la búsqueda de conocimiento no sólo en general, sino en el contexto del colegio, las universidades o en la investigación científica. Así pues, los circuitos cerebrales que se activan ante ciertos estímulos que encienden la curiosidad son aquellos que anticipan y adelantan la recompensa, o si se quiere el placer, y por tanto residen en el sistema límbico o emocional. Hoy sabemos que una buena educación produce cambios profundos en el cerebro que ayudan a mejorar el proceso de aprendizaje posterior y el propio desarrollo del ser humano. En este contexto, ya se empieza a hablar de la necesidad de extraer los conocimientos que aporta la neurociencia cognitiva y la psicología cognitiva y llevarlos a las aulas con la finalidad de aprender y enseñar mejor, es decir, hacerlo de una manera más eficiente, nueva y diferente de como hasta ahora se ha hecho utilizando nuevas estrategias.


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