Francisco Mora (2013).
Neuroeducación.
Para Francisco Mora la clave no está en fomentar las emociones en el
aula, sino en enseñar con emoción. Por eso, un “profesor excelente es capaz de
convertir cualquier concepto, incluso de apariencia ‘sosa’, en algo siempre
interesante”. Este autor, se centra sobre todo en el funcionamiento del
cerebro, en cómo aprendemos y la influencia que tienen las emociones en este
proceso. El objetivo: acercar los avances de la neurociencia al público. Los
nuevos tiempos requieren nuevas estrategias y los últimos descubrimientos que
nos aporta la neurociencia cognitiva develan que la educación actual requiere
una profunda reestructuración que no le impida quedarse desfasada ante la
reciente avalancha tecnológica y las necesidades presentes. Por este camino la
neuroeducación se adentra el conocimiento de aquellos cimientos básicos de cómo
aprende, memorizar y enseñar.
Cabe destacar que la neuroeducación aprovecha los conocimientos sobre
cómo funciona el cerebro integrado con la psicología, la sociología y la medicina,
en un intento de mejorar y potenciar tanto los procesos de aprendizaje y
memoria de los estudiantes, como los de enseñanza por parte de los profesores.
No hay proceso de enseñanza verdadero si no se sostiene sobre esa columna de la
emoción, en sus infinitas perspectivas. De modo que el procesamiento cognitivo,
por el que se crea pensamiento, ya se hace con esos elementos básicos (los
abstractos) que poseen un significado, de placer o dolor, de bueno o de malo.
De ahí lo intrínseco de la emoción en todo proceso racional, lo que implica
aprender y memorizar.
Sin duda algunas los seres humanos no somos seres racionales a secas,
sino más bien seres primero emocionales,
luego racionales y, además sociales. La naturaleza humana se basa en una
herencia escrita en códigos de nuestro cerebro profundo, y eso lo impregna
todo, lo que incluye nuestra vida personal y social cotidiana y, como he
señalado, nuestros pensamientos y razonamientos. Esa realidad se debe poner hoy
encima de cualquier mesa de discusión sobre la educación del ser humano.
Es por ello que nadie puede saber o aprender nada, y menos de una manera
abstracta, salvo que aquello que se vaya
a aprender le motive, le diga algo, posea algún significado que encienda su
curiosidad. Para aprender se requiere ese estímulo inicial que resulte
interesante y nuevo. Y es entonces cuando se enciende la atención de un modo
poderoso. Precisamente el juego es, en los primeros años, la conducta que
desarrolla el niño para aprender con el estímulo de la curiosidad. El juego
constituye un mecanismo natural arraigado genéticamente que despierta la
curiosidad, es placentero y permite descubrir destrezas útiles para
desenvolvernos en el mundo. Los mecanismos cerebrales innatos del niño le
permiten, a los pocos meses de edad, aprender jugando. Se libera dopamina que
hace que la incertidumbre del juego constituya una auténtica recompensa
cerebral y que facilita la transmisión de información entre el hipocampo y la
corteza pre-frontal, promoviendo la memoria de trabajo.
El juego constituye una necesidad para el aprendizaje que no está
restringida a ninguna edad, mejora la autoestima, desarrolla la creatividad,
aporta bienestar y facilita la socialización. La integración del componente
lúdico en la escuela resulta imprescindible porque estimula la curiosidad y esa
motivación facilita el aprendizaje. Todos los maestros y educadores,
particularmente de escuela primaria pero también profesores de secundaria o de
más altos niveles de docencia, buscan encontrar la fórmula docente que les
permita encender, captar la curiosidad de los alumnos en la clase.
Lo cierto es que en el ser humano la curiosidad, ese deseo de conocer
cosas nuevas, es el que lleva a la búsqueda de conocimiento no sólo en general,
sino en el contexto del colegio, las universidades o en la investigación
científica. Así pues, los circuitos cerebrales que se activan ante ciertos
estímulos que encienden la curiosidad son aquellos que anticipan y adelantan la
recompensa, o si se quiere el placer, y por tanto residen en el sistema límbico
o emocional. Hoy sabemos que una buena educación produce cambios profundos en
el cerebro que ayudan a mejorar el proceso de aprendizaje posterior y el propio
desarrollo del ser humano. En este contexto, ya se empieza a hablar de la
necesidad de extraer los conocimientos que aporta la neurociencia cognitiva y
la psicología cognitiva y llevarlos a las aulas con la finalidad de aprender y
enseñar mejor, es decir, hacerlo de una manera más eficiente, nueva y diferente
de como hasta ahora se ha hecho utilizando nuevas estrategias.
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